viernes, 18 de enero de 2013

El paradigma del tasador de embudos


No es infrecuente que los escritores discutan sobre cómo debe ser el final de una obra, en particular si ésta es de intriga. Algunos afirman que la resolución de la trama debe explicarse de forma sistemática y exhaustiva. Un servidor disiente por completo de este parecer, y las obras que siguen esta praxis le recuerdan a esos malos contadores de chistes que, ante la carencia de carcajadas de su público, se empeñan en explicar por activa y por pasiva la gracia del mismo una vez concluido. Siempre he preferido proporcionar al lector todas las piezas precisas, pero que sea él quien acabe armando el rompecabezas.
Todo esto viene al cuento de que algunos lectores me han transmitido sus dudas respecto al final de Los confines de la noche, e incluso otros han errado en su interpretación de extremo a extremo. No es la primera vez que algo así me ocurre: que algo, que a mis ojos posee una claridad meridiana, no sea entendido más que por un servidor
Hace muchos años, antes de que descubriera el vicio de emborronar folios, más por compromiso que porque me apeteciera o poseyera la más ínfima noción sobre el tema, a un servidor poco menos que le obligaron a convertirse en uno de los socios fundadores de una asociación de heráldica y genealogía. La primera actividad de la citada debía ser la publicación de un boletín, para el que los socios debían colaborar con sus trabajos.
Expuesta mi proverbial ignorancia al respecto, no me quedaba otra salida que escribir una historieta, ni siquiera me atrevería a calificarla como relato, sobre el tema. Versaba sobre un tipo redicho, sabidillo y con ínfulas de erudito, que se autocalificaba como historiador, heraldista y tasador de embudos. El citado adquiría en un mercadillo un escudo, y, al examinarlo en casa, descubría una leyenda en el dorso: ENCIMADETINAJAPAN, escrito sin espacios al modo de las inscripciones medievales, que, rápidamente y a pesar de no tener la menor idea al respecto (como suele ocurrir en estos casos), atribuyó al origen zamorano del dueño del escudo (por las comarcas de tierra de pan y tierra de vino). No obstante, se percata de que algunas de las letras, en lugar de grabadas, están pintadas con purpurina, en concreto las siguientes: ENCITA.
El caso es que le di a leer mi colaboración  a los otros cuatro socios fundadores, todos ellos tipos cultos y sesudos, y ninguno descubrió la gracia del mismo y que a mí se me antojaba tan evidente: eliminando las letras pintadas, la leyenda resultante era: MADE IN JAPAN. Y no sólo no fue entendido el chascarrillo, sino que el tono jocoso del relato fue interpretado por el único socio que sabía algo de heráldica como una burla personal contra su persona, y la asociación se disolvió en ese mismo instante.
Es por esto que, cuando escribo algo que me parece trivial y obvio y no es entendido por los lectores, lo denomino el paradigma del tasador de embudos.

PD: confiaba en que esta página se convirtiera en el centro de debates sobre la novela, pero mis lectores parecen recelosos al respecto. Anímense, que es gratis.